Año 1980.
Coca-Cola estaba a punto de cometer el error más grave de su historia: cambiar su “receta de la felicidad”.
A veces, la presión lleva a tomar decisiones precipitadas, y lo mismo ocurre con las empresas, incluso con gigantes como Coca-Cola. Un movimiento impulsivo puede poner en peligro décadas de éxito.
En los años 40 y 50, Coca-Cola dominaba el mercado con un 60 % de participación. Mientras tanto, Pepsi apenas lograba sostenerse, sin alcanzar un lugar significativo en la industria. Pero el panorama cambió en los 70. Después de años de fracasos, Pepsi encontró una estrategia de marketing que conectó con un público joven y en crecimiento. Coca-Cola, por su parte, seguía siendo la favorita entre los consumidores más mayores. Para 1980, la distancia entre ambas marcas se redujo a menos del 3 %.
La competencia se intensificó, y Coca-Cola, bajo presión, cometió un error crucial: reaccionar de manera exagerada. Decidió cambiar su icónica receta, conocida como la “fórmula de la felicidad”, con la esperanza de recuperar terreno.
El proyecto, denominado Proyecto Kansas, sonaba ambicioso, aunque su objetivo era sencillo: desarrollar un nuevo sabor basado en encuestas. Los resultados parecían alentadores.
Más del 75 % de los encuestados aprobaba la nueva fórmula, un 15 % era indiferente y solo un 10 % la rechazaba. Sin embargo, ese 10% fue determinante. Su oposición fue tan vocal que empezó a influir en la percepción general.
Cuando la “New Coke” salió al mercado el 23 de abril de 1985, las críticas ya estaban en marcha. Los medios amplificaron el rechazo, y el descontento creció como una bola de nieve. Grupos como los Old Cola Drinkers of America organizaron protestas exigiendo el regreso de la receta original.
La resistencia no solo se centró en el sabor. En Atlanta, cuna de Coca-Cola, las líneas telefónicas de la compañía colapsaron ante las quejas de los vecinos, que veían el cambio como una concesión a los estados del norte, donde Pepsi ganaba popularidad. Para muchos, el cambio representaba una traición a su identidad cultural. Incluso se contrató a un psiquiatra para analizar las quejas, cuya conclusión fue sorprendente: “Hablan como si estuvieran de luto por un ser querido”.
Pepsi aprovechó la oportunidad, burlándose de Coca-Cola con anuncios mordaces. Las cuotas de mercado se igualaron, las ventas de Coca-Cola comenzaron a caer, y su imagen previamente intachable quedó gravemente dañada.
Lo que comenzó con un 70 % de aceptación en las encuestas iniciales terminó desplomándose por debajo del 13 %. Los críticos tampoco tuvieron piedad. Mimi Sheraton, una destacada periodista gastronómica, comentó que la nueva receta parecía una versión diluida de la original, como si hubiera sido aguada con cubitos de hielo.
El descontento llegó a los estadios, donde los fanáticos abucheaban los anuncios de la New Coke. Los boicots y el desmantelamiento de carteles publicitarios reflejaban la magnitud del descontento. La guerra entre la marca y sus consumidores estaba en pleno apogeo.
Finalmente, Coca-Cola cedió.
Tras tres meses de batalla, pérdidas millonarias y un golpe a su reputación, el presidente de la compañía admitió el error y anunció el regreso de la fórmula original.
Hoy, décadas después, las latas de Coca-Cola aún llevan la etiqueta “Original” o “Clásica” como un recordatorio del error histórico. Ese episodio no solo marcó un antes y un después para la compañía, sino que también se convirtió en una de las lecciones más emblemáticas sobre la importancia de entender a los consumidores.
¿Podrían las ciencias del comportamiento haber prevenido el cuasi desastre?
Te explico los sesgos que no se contemplaron y que tuvieron un impacto comportamental social.
La aversión a la pérdida
Es la tendencia que presentamos las personas a priorizar el hecho de no perder antes que ganar, especialmente en escenarios inseguros.
En este caso, perdíamos un sabor conocido, parte de nuestra cultura, y para siempre. Este hecho tenía más impacto que ganar un sabor supuestamente mejorado.
Estatus quo
Las personas preferimos que las cosas sigan como están. O lo que es lo mismo, mostramos interés porque nuestra situación permanezca igual.
Nos incomoda el cambio, desconocemos su impacto. Estamos más cómodos con la idea de que Coca Cola siga siendo pues eso, Coca Cola.
Disponibilidad mental
Recordamos con mayor facilidad la información cuando tiene algún tipo de impacto emocional, o bien supone enfrentarse a estereotipos que quedan grabados en el subconsciente.
10 % de la población criticaba el cambio. 90 % de la población callaba. Éramos más propensos a recordar al pequeño grupo y su actitud contraria.
Norma social
El efecto arrastre nos dice cómo en muchas ocasiones el comportamiento de las personas se adapta a lo que hacen los demás.
Si los contrarios al cambio eran más visibles, arrastraban incondicionalmente al resto.
Efecto dotación
El efecto dotación o efecto legado revela que las personas atribuimos más valor a las cosas simplemente por el hecho de poseerlas.
Y el sabor de Coca Cola era algo que pertenecía a la memoria más enraizada de cada americano. Quitarles eso, tenía un impacto emocional negativo.
Sesgo de proyección
Consiste en un error de pronóstico que provoca la falsa creencia de que nuestras ideas, estados o comportamientos futuros serán iguales o similares a los actuales.
Así, la no conformidad del nuevo sabor inminente se proyectaba al futuro. Nunca más nos iba a gustar la Coca Cola.
¿Interesante?
Descubriremos mucho más sobre los sesgos que nos condicionan a la hora de tomar decisiones el próximo 16 de enero en El Cónclave. ¡Nos vemos pronto!